Comentario
Cómo vinieron tres pueblos comarcanos a Tezcuco a demandar paces y perdón de las guerras pasadas y muertes de españoles, y los descargos que daban sobre ello, y cómo fue Gonzalo de Sandoval a Chalco y Tamanalco en su socorro contra mexicanos, y lo que más pasó
Habiendo dos días que estábamos en Tezcuco de vuelta de la entrada de Iztapalapa, vinieron a Cortés tres pueblos de paz a demandar perdón de las guerras pasadas y de muertes de españoles que mataron, y los descargos que daban era que el señor de México que alzaron después de la muerte del gran Montezuma, el cual se decía Coadlabaca, que por su mandato salieron a dar guerra con los demás de sus vasallos; y que si algunos teules mataron y prendieron y robaron, que el mismo señor les mandó que así lo hiciesen; y los teules, que se los llevaron a México para sacrificar, y también les llevaron el oro y caballos y ropa; y que ahora, que piden perdón por ello, y que por esta causa que no tienen culpa ninguna, por ser mandados y apremiados por fuerza para que lo hiciesen; y los pueblos que digo que en aquella sazón vinieron se decían Tepetezcuco y Otumba: el nombre del otro pueblo no me acuerdo; mas sé decir que en este de Otumba fue la nombrada batalla que nos dieron cuando salimos huyendo de México, adonde estuvieron juntos los mayores escuadrones de guerreros que ha habido en toda la Nueva-España contra nosotros, adonde creyeron que no escapáramos con las vidas, según más largo lo tengo escrito en los capítulos pasados que dello hablan; y como aquellos pueblos se hallaban culpados y habían visto que habíamos ido a lo de Iztapalapa, y no les fue muy bien con nuestra ida, y aunque nos quisieron anegar con el agua y esperaron dos batallas campales con muchos escuadrones mexicanos; en fin, por no se hallar en otras como las pasadas, vinieron a demandar paces antes que fuésemos a sus pueblos a castigarlos; y Cortés, viendo que no estaba en tiempo de hacer otra cosa, les perdonó, puesto que les dio grandes reprensiones sobre ello, y se obligaron con palabras de muchos ofrecimientos de siempre ser contra mexicanos y de ser vasallos de su majestad y de nos servir: y así lo hicieron. Dejemos de hablar destos pueblos, y digamos cómo vinieron luego en aquella sazón a demandar paces y nuestra amistad los de un pueblo que está en la laguna, que se dice Mezquique, que por otra parte le llamábamos Venezuela; y estos, según pareció, jamás estuvieron bien con mexicanos, y los querían mal de corazón; y Cortés y todos nosotros tuvimos en mucho la venida deste pueblo, por estar dentro en la laguna, por tenerlos por amigos, y con ellos creíamos que habían de convocar a sus comarcanos que también estaban poblados en la laguna, y Cortés se lo agradeció mucho, y con ofrecimientos y palabras blandas los despidió. Pues estando que estábamos desta manera, vinieron a decir a Cortés cómo venían grandes escuadrones de mexicanos sobre los cuatro pueblos que primero habían venido a nuestra amistad, que se decían Gautinchan o Huaxultlan; de los otros dos pueblos no se me acuerda el nombre; y dijeron a Cortés que no osarían esperar en sus casas, e que se querían ir a los montes, o venirse a Tezcuco, adonde estábamos; y tantas cosas le dijeron a Cortés para que les fuese a socorrer, que luego apercibió veinte de a caballo y doscientos soldados y trece ballesteros y diez escopeteros, y llevó en su compañía a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí, que era maese de campo, y fuimos a los pueblos que vinieron a Cortés a dar tantas quejas (como dicho tengo, que estarían de Tezcuco obra de dos leguas); y según pareció, era verdad que los mexicanos los enviaban a amenazar que les habían de destruir y darles guerra porque habían tomado nuestra amistad; mas sobre lo que más los amenazaban y tenían contiendas, era por unas grandes labores de tierras de maizales que estaban ya para coger, cerca de la laguna, donde los de Tezcuco y aquellos pueblos abastecían nuestro real: y los mexicanos por tomarles el maíz, porque decían que era suyo: y aquella vega de los maizales tenían por costumbre aquellos cuatro pueblos de los sembrar y beneficiar para los papas de los ídolos mexicanos: y sobre esto destos maizales se habían muerto los unos a los otros muchos indios; y como aquello entendió Cortés, después de les decir que no hubiesen miedo y que se estuviesen en sus casas, les mandó que cuando hubiesen de ir a coger el maíz, así para su mantenimiento como para abastecer nuestro real, que enviaría para ello un capitán con muchos de a caballo y soldados para en guarda de los que fuesen a traer el maíz; y con aquello que Cortés les dijo quedaron muy contentos, y nos volvimos a Tezcuco. Y dende en adelante, cuando había necesidad en nuestro real de maíz, apercibíamos a los tamemes de todos aquellos pueblos, e con nuestros amigos los de Tlascala y con diez de a caballo y cien soldados, con algunos ballesteros y escopeteros, íbamos por el maíz. Y esto digo porque yo fui dos veces por ello, y la una tuvimos una buena escaramuza con grandes escuadrones de mexicanos que habían venido en más de mil canoas aguardándonos en los maizales, y como llevábamos amigos, puesto que los mexicanos pelearon muy como varones, los hicimos embarcar en sus canoas, y allí mataron unos de nuestros soldados e hirieron doce; y asimismo hirieron muchos tlascaltecas, y ellos no se fueron alabando, que allí quedaron tendidos quince o veinte, y otros cinco que llevamos presos. Dejemos de hablar desto, y digamos cómo otro día tuvimos nueva cómo querían venir de paz los de Chalco y Tamanalco y sus sujetos, y por causa de las guarniciones mexicanas que estaban en sus pueblos, no les daban lugar a ello, y les hacían mucho daño en su tierra, y les tomaban las mujeres, y más si eran hermosas, y delante de sus padres o madres o maridos tenían acceso con ellas; y asimismo, como estaba en Tlascala cortada la madera y puesta a punto para hacer los bergantines, y se pasaba el tiempo sin la traer a Tezcuco, sentíamos mucha pena dello todos los más soldados. Y demás desto, vienen del pueblo de Venezuela, que se decía Mesquique, y de otros pueblos nuestros amigos a decir a Cortés que los mexicanos les daban guerra porque han tomado nuestra amistad; y también nuestros amigos los tlascaltecas, como tenían ya junta cierta ropilla y sal, y otras cosas de despojos e oro, y querían algunos dellos volverse a su tierra, no osaban, por no tener camino seguro. Pues viendo Cortés que para socorrer a unos pueblos de los que le demandaban socorro, e ir a ayudar a los de Chalco para que viniesen a nuestra amistad, no podía dar recaudo a unos ni a otros, porque allí en Tezcuco había menester "estar siempre la barba sobre el hombro" y muy alerta, lo que acordó fue, que todo se dejase atrás, y la primera cosa que se hiciese fuese ir a Chalco y Tamanalco, y para ello envió a Gonzalo Sandoval y a Francisco de Lugo, con quince de a caballo y doscientos soldados, y con escopeteros y ballesteros y nuestros amigos de Tlascala, e que procurase de romper y deshacer en todas maneras a las guarniciones mexicanas, y que se fuesen de Chalco y Tamanalco, porque estuviese el camino de Tlascala muy desembarazado y pudiesen ir y venir a la Villa-Rica sin tener contradicción de los guerreros mexicanos. Y luego como esto fue concertado, muy secretamente con indios de Tezcuco se lo hizo saber a los de Chalco para que estuviesen muy apercibidos, para dar de día y de noche en las guarniciones de mexicanos; y los de Chalco, que no esperaban otra cosa, se apercibieron muy bien; y como el Gonzalo de Sandoval iba con su ejército, parecióle que era bien dejar en la retaguardia cinco de a caballo y otros tantos ballesteros, con todos los demás tlascaltecas que iban cargados de los despojos que habían habido; y como los mexicanos siempre tenían puestas velas y espías, y sabían cómo los nuestros iban camino de Chalco, tenían aparejados nuevamente, sin los que estaban en Chalco en guarnición, muchos escuadrones de guerreros que dieron en la rezaga, donde iban los tlascaltecas con su hato, y los trataron mal, que no los pudieron resistir los cinco de a caballo y ballesteros, porque los dos ballesteros quedaron muertos y los demás heridos. De manera que, aunque el Gonzalo de Sandoval muy presto volvió sobre ellos y los desbarató, y. mató siete mexicanos, como estaba la laguna cerca, se le acogieron a las canoas en que habían venido, porque todas aquellas tierras están muy pobladas de los sujetos de México. Y cuando los hubo puesto en huida, e vio que los cinco de a caballo que había dejado con los ballesteros y escopeteros en la retaguardia, eran dos de los ballesteros muertos, y estaban los demás heridos, ellos y sus caballos; y aun con haber visto todo esto, nos dejó de decirles a los demás que dejaron en su defensa que habían sido para poco en no haber podido resistir a los enemigos, y defender sus personas y de nuestros amigos, y estaba muy enojado dellos, porque eran de los nuevamente venidos de Castilla, y les dijo que bien le parecía que no sabían que cosa era guerra; y luego puso en salvo todos los indios que Tlascala con su ropa; y también despachó unas cartas que envió Cortés a la Villa-Rica, en que en ellas envió a decir al capitán que en ella quedó todo lo acaecido acerca de nuestras conquistas y el pensamiento que tenía de poner cerco a México y que siempre estuviesen con mucho cuidado velándose; y que si había algunos soldados que estuviesen en disposición para tomar armas, que se los enviase a Tlascala, y que allí no pasasen hasta estar los caminos más seguros, porque corrían riesgo; y despachados los mensajeros, y los tlascaltecas puestos en su tierra, volvió Sandoval para Chalco, que era muy cerca de allí, y con gran concierto sus corredores del campo adelante; porque bien entendió que en todos aquellos pueblos y caserías por donde iba, que había de tener rebato de mexicanos; e yendo por su camino, cerca de Chalco vio venir muchos escuadrones mexicanos contra él, y en un campo llano, puesto que había grandes labranzas de maizales y megüeyes, que es de donde sacan el vino que ellas beben, le dieron una buena refriega de vara y flecha, y piedras con hondas, y con lanzas largas para matar a los caballos. De manera que Sandoval cunda vio tanto guerrero contra sí, esforzando a los suyos, rompió por ellos dos veces, y con las escopetas y ballestas y con pocos amigos que le habían quedado los desbarató; y puesto que le hirieron cinco soldados y seis caballos y muchos amigos, mas tal priesa les dio, y con tanta furia, que le pagaron muy bien el mal que primero le habían hecho; y como lo supieron los de Chalco, que estaba cerca, le salieron a recibir a Sandoval al camino, y le hicieron mucha honra y fiesta; y en aquella derrota se prendieron ocho mexicanos, y los tres personas muy principales. Pues hecho esto, otro día dijo el Sandoval que se quería volver a Tezcuco, y los de Chalco le dijeron que querían ir con él para ver y hablar a Malinche, y llevar consigo dos hijos del señor de aquella provincia, que había pocos días que era fallecido de viruelas, y que antes que muriese, que había encomendado a todos sus principales y viejos que llevasen sus hijos para verse con el capitán, y que por su mano fuesen señores de Chalco; y que todos procurasen de ser sujetos al gran rey de los teules, porque ciertamente sus antepasados les habían dicho que habían de señorear aquellas tierras hombres que venían con barbas de hacia donde sale el sol, y que por las cosas que han visto éramos nosotros; y luego se fue el Sandoval con todo su ejército a Tezcuco, y llevó en su compañía los hijos del señor y los demás principales y los ocho prisioneros mexicanos, y cuando Cortés supo su venida se alegró en gran manera; y después de le haber dado cuenta el Sandoval de su viaje y cómo venían aquellos señores de Chalco, se fue a su aposento; y los caciques se fueron luego ante Cortés, y después de haber hecho grande acato, le dijeron la voluntad que traían de ser vasallos de su majestad y según y de la manera que el padre de aquellos mancebos se lo había mandado, y para que por su mano les hiciese señores; y cuando hubieron dicho su razonamiento, le presentaron en joyas ricas obra de doscientos pesos de oro. Y como el capitán Cortés lo hubo muy bien entendido por nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar, les mostró mucho amor y les abrazó, y dio por su mano el señorío de Chalco al hermano mayor, con más de la mitad de los pueblos sus sujetos; y todo lo de Tamanalco y Chimaloacan dio al hermano menor, con Ayocinco y otros pueblos sujetos. Y después de haber pasado otras muchas razones de Cortés a los principales viejos y con los caciques nuevamente elegidos, le dijeron que se querían volver a su tierra, y que en todo servirían a su majestad, y a nosotros en su real nombre, contra mexicanos, e que con aquella voluntad habían estado siempre, e que por causa de las guarniciones mexicanas que habían estado en su provincia no han venido antes de ahora a dar la obediencia; y también dieron nuevas a Cortés que dos españoles que había enviado a aquella provincia por maíz antes que nos echasen de México, que porque los culúas no los matasen, que los pusieron en salvo una noche en Guaxocingo nuestros amigos, y que allí salvaron las vidas, lo cual ya lo sabíamos días había, porque el uno dellos era el que se fue a Tlascala; y Cortés se lo agradeció mucho, y les rogó que esperasen allí dos días, porque había de enviar un capitán por la madera y tablazón a Tlascala, y los llevaría en su compañía y les pondría en su tierra, porque los mexicanos no les saliesen al camino; y ellos fueron muy contentos y se lo agradecieron mucho. Y dejemos de hablar en esto, y diré cómo Cortés acordó de enviar a México aquellos ocho prisioneros que prendió Sandoval en aquella derrota de Chalco, a decir al señor que entonces habían alzado por rey, que se decía Guatemuz, que deseaba mucho que no fuesen causa de su perdición ni de aquella tan gran ciudad, y que viniesen de paz, y que les perdonaría la muerte y daños que en ella nos hicieron, y que no se les demandaría cosa ninguna; y que las guerras, que a los principios son buenas de comenzar, y que al cabo se destruirían; y que bien sabíamos de las albarradas e pertrechos, almacenes de varas y flechas y lanzas y macanas e piedras rollizas, y todos los géneros de guerra que a la continua están haciendo y aparejando, que para qué es gastar el tiempo en balde en hacerlo, y que para qué quiere que mueran todos los suyos y la ciudad se destruya; y que mire el gran poder de nuestro señor Dios, que es en el que creemos y adoramos, que él siempre nos ayuda; e que también mire que todos los pueblos sus comarcanos tenemos de nuestro bando, pues los tlascaltecas no desean sino la misma guerra por vengarse de las traiciones y muertes de sus naturales que les han hecho, y que dejen las armas y vengan de paz, y les prometió de hacer siempre mucho honra; y les dijo doña Marina e Aguilar otras muchas buenas razones y consejos sobre el caso; y fueron ante el Guatemuz aquellos ocho indios nuestros mensajeros; mas no quiso hacer cuenta dellos el Guatemuz ni enviar respuesta ninguna, sino hacer albarradas y pertrechos, y enviar por todas sus provincias que si algunos de nosotros tomasen desmandados que se los trajesen a México para sacrificar, y que cuando los enviase a llamar, que luego viniesen con sus armas; y les envió a quitar y perdonar muchos tributos y aun a prometer grandes promesas. Dejemos de hablar en los aderezos de guerra que en México se hacían, y digamos cómo volvieron otra vez muchos indios de los pueblos de Guatinchan o Guaxutlan descalabrados de los mexicanos porque habían tomado nuestra amistad, y por la contienda de los maizales que solían sembrar para los papas mexicanos en el tiempo que les servían, como otras veces he dicho en el capítulo que dello habla; y como estaban cerca de la laguna de México, cada semana les venían a dar guerra, y aun llevaron ciertos indios presos México; y como aquello vio Cortés, acordó de ir otra vez por su persona y con cien soldados y veinte de a caballo y doce escopeteros y ballesteros; y tuvo buenas espías, para cuando sintiesen venir los escuadrones mexicanos, que se lo viniesen a decir; y como estaba de Tezcuco aun no dos leguas, un miércoles por la mañana amaneció adonde estaban los escuadrones mexicanos, y pelearon ellos de manera que presto los rompió, y se metieron en la laguna en sus canoas, y allí se mataron cuatro mexicanos y se prendieron otros tres, y se volvió Cortés con su gente a Tezcuco; y dende en adelante no vinieron más los culúas sobre aquellos pueblos. Y dejemos esto, y digamos cómo Cortés envió a Gonzalo de Sandoval a Tlascala por la madera y tablazón de los bergantines, y lo que más en el camino hizo.